lunes, 26 de septiembre de 2011

Mis juegos favoritos - The Legend of Zelda: Majora's Mask


Corría el año 1998 cuando Nintendo sacó al mercado The Legend of Zelda: Ocarina of Time para su Nintendo 64;  la primera entrega en 3D de una saga de juegos que, por aquel entonces, tenía 12 años de edad. Menuda emoción, menudo hype suponía para los que ya habíamos disfrutado del Zelda anterior, A Link To the Past, en la Super Nintendo.

The Legend of Zelda: A Link to the Past (Super Nintendo, 1992)

The Legend of Zelda: Ocarina of Time (Nintendo 64, 1998)
Ocarina of Time resultó ser un juego maravilloso que colmó todas las expectativas, carne de cañón para los nostálgicos videojueguiles, aclamado actualmente como uno de los mejores de todos los tiempos.  Pero, ay, el juego del que quiero hablar no es éste, sino el que vino después. The Legend of Zelda: Majora´s Mask.

Majora´s Mask vería la luz el año 2000, con la Nintendo 64 dando sus últimos coletazos. Con la misión de ser una secuela digna del fenómeno en el que se había convertido Ocarina of Time, la carga sobre sus hombros era muy, muy pesada. Por lo general, Ocarina of Time resultaba un juego vistoso, bonito, alegre. Musicalmente, algo así:



Los creadores de Majora´s Mask tomaron prestados los mismos gráficos, los mismos controles, e incluso los mismos modelos para los personajes del juego anterior, pero crearon una experiencia diferente. Las mismas notas de la melodía, pero tocadas al revés. Mientras que Ocarina era colorido y feliz,  Majora era angustioso, oscuro, extraño, triste... y absolutamente memorable.



Todos los juegos de Zelda tienen una estructura simple y más o menos similar: explorar un mundo enorme, superar mazmorras llenas de puzzles y monstruos y recolectar objetos que te hacen más y más poderoso, hasta poder enfrentarte al mal que amenaza al mundo.

Majora's Mask respeta esta estructura, pero tiene un planteamiento muy diferente en torno al cual gira toda la experiencia del juego y que es lo que lo convierte en algo tan, tan original: el poder maléfico al que nos enfrentamos está haciendo precipitarse a una grotesca Luna contra la tierra. Tenemos tres días para completar la misión. Si no llegamos a tiempo, se acabó todo.


Un minuto de juego real equivale a una hora en el juego: en total, 72 minutos para completar la aventura. ¿No parece imposible de conseguir? El paso inexorable del tiempo se muestra en un indicador en la parte inferior de la pantalla, y un simple vistazo al cielo nos permite comprobar en tiempo real como la Luna se aproxima más y más a nosotros.  Sin embargo, el juego nos ofrece una herramienta para superar este inconveniente: tocando la Canción del Tiempo con nuestra ocarina, volveremos al pasado, justo al amanecer del primer día. Todos los objetos no esenciales se perderán, y la historia comenzará desde el principio.

Todos los recursos argumentales, visuales, musicales y jugables que le dan al juego una atmósfera tan inquietante responden a este planteamiento pre-apocalíptico. Es la historia de los tres días previos a la destrucción de un pueblo, una y otra vez.

Cartel promocional del juego.
Realmente, la inclusión del elemento temporal añade una dimensión adicional al juego. Durante el transcurso de los tres días, los personajes con los que interactúas viven una vida, en la cual tú puedes influir de un modo u otro (todo esto dentro de unas limitaciones obvias). Visto de este modo, los personajes del resto de videojuegos, que permanecen en espera de que aparezcas, parecen vivir estáticos en una especie de limbo temporal en el que no pasa nada hasta que tú intervienes.



Cómo se salvan las partidas también es un punto importante para entender la esencia de Majora's Mask. Solo hay dos maneras de grabar: volver al pasado con la Canción del Tiempo (perdiendo la mayoría de tus progresos), o grabando tu avance en unas estatuas que te obligan a dejar de jugar y que olvidan dicho avance una vez lo reanudas (de modo que no puedas simplemente cargar una partida grabada si te has equivocado en algo). Es decir, siempre puedes volver al pasado, o grabar tu partida e irte a comer. Pero lo que hagas dentro de un ciclo de 3 días no puede ser corregido. He aquí una de las magias del juego: de un modo muy sutil te obliga a gestionar muy bien tus acciones, pues el tiempo del que dispones no es eterno y lo que hagas es, en cierto modo, irreversible. Aunque a veces resulta molesto, hace que la partida sea muy intensa.


En este contexto apocalíptico, la atmósfera del juego se va haciendo más opresiva según los días se acercan a la hora final. Los personajes se inquietan, la luna se acerca, la tierra comienza a temblar y la música, inicialmente alegre, se vuelve más oscura según te aproximas a la última noche. Durante tu camino te cruzas con muchos personajes atormentados, víctimas de esta especie de mal endémico que está llevando al mundo a su final. Sin embargo, después de ayudarles, te ves obligado a volver atrás en el tiempo, dejando a estas personas con la única perspectiva de la muerte a manos de la Luna que se cierne. Cuando vuelvas a verlos, nadie sabrá quien eres. Esta sensación tan triste de abandonar tu alrededor a lo inevitable se repetirá una y otra vez hasta el final, cuando realmente estés preparado para evitar la catástrofe.


Aparte de todo esto, Majora's Mask está plagado de detalles que contribuyen a darle ésta personalidad inquietante, tan distinta de otros Zeldas. Sería imposible enumerarlos, ya que son solo eso, detalles que simplemente forman parte de la estética propia del título. Que Link chille de dolor al transformarse (sí, hay máscaras que te dan ese poder); que el escudo espejo, un objeto típico de todos los Zeldas, ahora tenga grabada una cara de terror en él; o el aspecto que tiene el clon que produces en cierto momento del juego son cosas que siempre me llamaron la atención. De hecho, es probable que esta estética tan oscura y apartada de los otros títulos de la saga haya dado pie a que Majora's Mask tenga su propia leyenda urbana en Internet, que cuenta la historia (con vídeos incluidos) de un cartucho encantado por el espíritu de un niño ahogado (puedes leerlo aquí, o aquí).

Mamá, este Zelda me da mal rollo...
Apenas he hablado de detalles más técnicos referentes al estilo de juego, al argumento, al sistema de máscaras y transformaciones... Basta decir que hereda y mejora el sistema que hizo que Ocarina of Time sea considerado globalmente como el juego al que todo el mundo debería jugar alguna vez en su vida. Y que el juego, tanto gráfica como jugablemente, ha envejecido bien.

Solo he querido hablar de lo que, para mí, hace de The Legend of Zelda: Majora's Mask un juego diferente, y uno de mis favoritos. De las sensaciones que trascienden más allá del mero pasar el rato y se quedan en tu memoria, más de una década después de haberlo jugado. En definitiva, de aquello a lo que nos referimos, los que amamos los videojuegos, cuando decimos que también, a su manera, éstos son arte.

2 comentarios:

  1. Me han entrado ganas de jugar! Y es que nunca he avanzado mucho en él, entre otras cosas, por lo angustioso que resulta. Pero ahora me apetece, así que es posible que lo re-empiece.
    Buena crítica :)

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  2. ¡Gracias! ^^ Me alegro de que te hayan entrado ganas. Yo lo empecé de nuevo el verano pasado, y lo acabé éste.

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